miércoles, 1 de octubre de 2008

De un chocolate abuelita muy desabrido y un capuchino de la chingada…


Imagínate que son las 10 de la noche, andas en la calle, el aire esta a punto de invierno y todo lo que quieres es un chocolate espumoso y calientito con una concha para sopear. Le andas buscando como desesperado porque lo único abierto en lunes a esa hora son unos malísimos cafés de la franquicia/monopolio que funciona en esta ciudad. Vamos, de plano no estas dispuesto a regalar más dinero por mal café y todavía, acompañado por música ambiental horrenda que incluso, si tienes mala suerte, hasta unas rolas de Lupita D’alessio o RBD te acabas chutando.

De pronto ¡un milagro! Justo en una esquina, con buena iluminación e interiores abrigadores, aparece un café que te dice v e n A m i

Hasta algo parecido a la felicidad experimentas, le preguntas al mesero si tienen chocolate, el te dice que sí y tu casi lo abrazas, sonríes... y en tu mente la feliz imagen de un chocolate abuelita y una concha aparece entre foquitos de colores; como en una marquesina. Tu cuate pide un capuchino y tu otro carnal una coca con hielo. Pasan 10 minutos, notan que la música a pesar de no estar tan mal nomás no cuaja, el mesero sirve las bebidas, no pasan ni 30 segundos y concluyen que pedir una coca bien fría era la mejor opción de la carta.
Regresas tu desabrido chocolate porque no sabe a chocolate y está tibio, pides que le pongan otro poquito para que –al menos- agarre más color, preguntas si tienen pan dulce (a huevo, siendo oaxaqueño tú sabes que el maridaje perfecto para tu bebida es un pan dulce de aquellos) y el mesero hace cara como de “osea, esto es un local con concepto francés y sólo vendemos pan de la casa o cagadas similares” Ni pedo pues, pides un pan de la casa y todavía el mesero trata de explicarte en qué consiste esa rarísima clase de bollo; no da una, con decir que es un simple panqué era suficiente.
Tu otro cuate, el que ha viajado por medio Europa (oseaa), cancela su capuchino, y no por mamón, ocurrió que él -al igual que tú- se imaginó un café bien espumoso y calientito, y en lugar de eso, le pasan una especie de nescafé desangelado que causa algo parecido a la desilusión.

Te traen de nuevo el chocolate -un poco más coloreado- con tu pan “de la casa” y pues resulta que no es otra cosa que un pinche muffin de centro comercial calentado en microondas. Ni hablar.
Veloz pides la cuenta, la euforia por algo calientito que te haga sentir como en casa se va a la chingada, te medio encabronas, pagas y te vas.

Entonces acabas tu noche pidiendo “para llevar” unas hamburguesas de franquicia, te las comes en un parque, estas con tu brother, la grasa de las papas y el tocino se llevan lejos tu casi enojo y la terminas pasando bien chévere… a salvo de un chocolate culero y de los retardados que lo preparan.

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